martes, septiembre 20, 2005

Fondeando: una muestra del país de las cosas últimas


Llallauquén es un pueblito (¿dará para pueblito?) que queda en el lago Rapel, al final, antes de Las Cabras. Para el 18, hay una fonda a la que va muuuuucha gente. Como siempre me aparecí por allá, y tengo algunas cosas que decir.

Me gusta encontrarme con Chile y ser testigo de la crudeza de su segregación. Me gusta, no porque me guste la segmentación, sino porque me recuerda el país en el que vivo, el país de las cosas últimas y el absurdo de su carnaval criollo. Me gusta mirar lo que pasa en la fonda. Los cuerpos, por ejemplo.

Los cuerpos de las mujeres de la zona no tienen las tetas como melones partidos por la mitad. Ni la piel blanca como papel ni color de solarium, ni los labios rosados. Tampoco sus ojos son verdes o azules, ni el pelo color miel. Ni su cintura mide 60 cm, ni miden más de 1.65. Idéndica cosa se puede decir, por cierto, de los cuerpos de los hombres locales (excepto lo de las tetas, obvio!). Por supuesto que es una generalización lo que estoy haciendo. Hablo de la mayoría, dejando de lado las excepciones y pienso: Estos son los cuerpos de verdad en Chile. No los de Las Últimas Noticias, no los de la tele. Estas tetas, estos potos, esta piel es la de las mujeres chilenas, la de los hombres chilenos. ¿Por qué tenemos representaciones mediáticas que muestran un mundo tan lejano a nuestro Chile, tan artificial? Y yo que me siento lejana a los cuerpos televisivos, descubro que estoy mucho más cerca de lo que creo, considerando que el promedio es esto que veo.

Las "pintas". En Chile se han acercado los extremos sociales en términos del "look". Cualquiera se puede poner zapatillas adidas o puma y jeans. La gente joven de Llallauquén (no los mayores porque esos van más vestidos de huaso), no se viste muy distinta de la gente de Estación Central, y entre las pintas de la gente de Estación Central y las pintas de la gente de Vitacura no hay un abismo de distancia. No se trata de zapatillas versus zapato reina o macasín. Sin embargo, la diferencia se nota. Se hace ver. Y creo que se nota en que los locales se visten con mayor simpleza que los veraneantes, sobretodo las mujeres. Las adolescentes santiaguinas (es decir, con plata) van vestidas con mayor parafernalia y como pesan 10 kilos menos que la norma la ropa les cae como si estuviera colgada del gancho en vez de quedarles ceñida al cuerpo como a las huasas.

Bueno, y entre los cuerpos y las pintas, los modos de hablar y los gestos, uno entra a la fonda y ve al pueblo, lo reconoce, y reconoce a los foráneos. En la ebriedad pareciera que se mezclan el pueblo y el cuiquerío, pero no. Cada cual baila con quién le corresponde. Cada quien besa a su igual y no a alguno de los otros. La cumbia, la cueca y la ranchera nos hacen bailar unos al lado de los otros, sonreírnos, intercambiar algunas palabras incluso, ¡como en ninguna otra ocasión del año!, pero no nos confundimos, jamás nos mezclamos de verdad. Aunque la intemperancia haga verse igual de ridículos a los borrachos de uno y otro lado, siempre somos y seremos, por mucho tiempo más al menos, dos Chiles. Ese es el absurdo de las "fiestas patrias" ¿Cuál patria? ¿La patria de quién?