miércoles, septiembre 28, 2005

Huracán


Acabo de recordar lo que era el amor. Hace algunos años escribí esto:

A veces vienen tiempos en que todo se reformula, se pone entre paréntesis o en cuestión. Con quién, dónde y cómo habitar; con quiénes, dónde, cómo y por qué causas trabajar; con qué ritmo, con qué goces, con cuáles pasiones vivir y, finalmente, en qué lugar quiere uno situarse respecto al mundo y sus avatares incomprensibles. Es el ojo de un huracán que gira alrededor de la propia existencia exigiendo y, al mismo tiempo, dando la oportunidad de repensar y redefinirlo todo. En ese huracán estoy y me da cada vez más vértigo la velocidad con que gira y me presenta alternativas. Pero en esta tormenta tú eres mi isla, mi puerto seguro. Lo que sé sin lugar a dudas, lo que entiendo, lo que siento, algo que es una verdad como el filo de un cuchillo, lo que me hace feliz, a lo que puedo amarrar el resto de los cabos sueltos, eres mi paz, mi amor.

¡Recórcholis! cómo era el amor!!!

Ahora estoy en un huracán más poderoso que el de entonces. Más poderoso porque me ha llevado a tomar caminos que temía tomar, pero que ansío con toda el alma. ¿Por qué ahora puedo? ¿Será precisamente porque estoy sola y nadie (como ese amor que, entonces, me quería) me chupa la energía que él me robaba?

miércoles, septiembre 21, 2005

Otra del país de las cosas últimas: descartuchamiento chanta

Se supone que en los últimos años ha habido en Chile una liberalización creciente en lo que respecta a la sexualidad. En la televisión y en la radio se habla de sexo, de homosexualidad, de terapia sexual, hay varias columnas en los diarios sobre el tema, hay libros transformados en best-sellers. En fin, pareciera que los chilenos estamos descartuchándonos. Sin embargo, el año pasado, tratando de entender una cosa que me pasó, noté que la temática sexual aparece frecuentemente ligada a las relaciones estables de pareja. No sé si será eso o es que todavía tenemos la carga cultural judeo-cristiana de desvalorización del cuerpo en virtud del alma, pero claramente veo ahora que el descartuchamiento es superficial. Los chilenos logran pasar de la fantasía a la conducta, de manera oportunista. Es decir, si hay una mina o mino rico/a pa’ tirarse hay que aprovechar. Pero el sexo no es aún una dimensión en la que uno existe y se despliega, tan válida y valiosa como la dimensión intelectual, la dimensión corporal y la afectiva. Para los chilenos, probablemente el sexo es una forma de descarga en vez de un espacio donde uno se encuentra con otro. Ahí está el problema.

Para que haya buen sexo los amantes deben dar y recibir todo lo que tengan en ese momento. Deben desplegarse enteros, participar del encuentro con todo lo que son: intelecto, afecto, humor. ¡¡Igual como una de esas conversaciones que se tienen de vez en cuando, en la que uno no sólo escucha y rebate sino que construye con el otro un mundo común!!. El sexo se trata de dos sujetos arrojados a un espacio de goce, donde ninguno es un objeto para el disfrute del otro, al contrario la gracia consiste en develar -al tiempo que se desnuda- al sujeto que está del otro lado. Aunque el encuentro dure unas horas. El buen sexo no tiene nada que ver con el grado de compromiso o la posibilidad de construir una relación, sino con la generosidad en el “aquí y ahora”.

martes, septiembre 20, 2005

A última hora


Toda mi vida he creído que soy valiente y a última hora descubro que soy cobarde.

Resulta, primero, que no he sido ni he hecho lo que he querido, por gallina. Porque era más fácil el camino cómodo que seguí, porque en ese camino el éxito venía casi asegurado. Pero mi psicóloga tiene razón y las cosas cuajan cuando cuajan (ella no lo dijo así, sino mucho más sofisticadamente, pero la idea es la misma). Y ahora que es tarde y que estoy vieja -ella me dijo que yo me digo esto para tener más motivos para no hacer lo que tengo/quiero/necesito/me urge hacer- me dan más ganas que nunca de hacer lo que debo (debo en el sentido existencial y no culposo) y me siento por primera vez en disposición de hacerlo. Quizás me siento capaz, porque puedo ser humilde, qué se yo. Quizás es justamente lo contrario, como recién reconozco que me siento insuficiente en casi todo lo que me importa, es que puedo enfrentarlo. Quién sabe....

Segundo, descubro ahorita no más que tampoco soy valiente en lo que respecta a las relaciones erótico- afectivas, que eran mi fuerte. Me creía arrojada porque siempre me tiraba a la piscina con cualquier relación. Me iba a la cama a la primera, decía lo que sentía a la primera, me dejaba llevar y me permitía sentir sin miedo a las consecuencias, al dolor. No tenía reparo alguno en tomar la iniciativa y proponer "salta conmigo". Pero yo no sé si son los años de carrete sentimental, la mochila de fracasos y penas, de pérdidas y desengaños o qué, la cosa es que resulta que estoy hecha una gallina. Me da miedo el rechazo, me da miedo "no ser vista", me siento insuficiente. Es decir, no me siento lo suficientemente linda, ni lo suficientemente interesante, ni lo suficientemente chori. Y me defiendo con una máscara apestosa. Me pongo cada vez más cool, más ruda, más achorá. Agredo, rechazo, ataco. Que pendeja....

Lo único que me hace sentir valiente en estos días es el tremendo coraje que tengo para reconocer lo penca que soy. Mis bajezas y limitaciones. Mis debilidades y mis peores pecados. El peor de todos: la envidia. Envidio la voz y la actitud de Elvira. Envidio la pega de Francisca. Envidio a todos los artistas que conozco de cerca. Los admiro y los envidio. Y lo que es peor de todo, envidio también a aquellos que me dedico a despreciar: envidio el cuerpo de las mujeres de la tele, envidio el forro de las Prieto, por ejemplo, envidio la cara de la chica bonita de la portada, envidio la fama y el éxito de los protagonistas de las teleseries, envidio la plata de los rostros de las cadenas de retail y el poder que ello les da para hacer sus "proyectos artísticos" y también para gozar, viajar y embellecerse. Envidio lo que amo y lo que odio en los que veo a mi aldededor y en la pantalla chica. Envidio, envidio, envidio. Y me odio por eso, pero me siento grande al reconocerlo. Me siento un poco más honesta y más valiente, porque hay que tener cojones para darse cuenta y admitir en voz alta que uno es tan como las wuéas.

Fondeando: una muestra del país de las cosas últimas


Llallauquén es un pueblito (¿dará para pueblito?) que queda en el lago Rapel, al final, antes de Las Cabras. Para el 18, hay una fonda a la que va muuuuucha gente. Como siempre me aparecí por allá, y tengo algunas cosas que decir.

Me gusta encontrarme con Chile y ser testigo de la crudeza de su segregación. Me gusta, no porque me guste la segmentación, sino porque me recuerda el país en el que vivo, el país de las cosas últimas y el absurdo de su carnaval criollo. Me gusta mirar lo que pasa en la fonda. Los cuerpos, por ejemplo.

Los cuerpos de las mujeres de la zona no tienen las tetas como melones partidos por la mitad. Ni la piel blanca como papel ni color de solarium, ni los labios rosados. Tampoco sus ojos son verdes o azules, ni el pelo color miel. Ni su cintura mide 60 cm, ni miden más de 1.65. Idéndica cosa se puede decir, por cierto, de los cuerpos de los hombres locales (excepto lo de las tetas, obvio!). Por supuesto que es una generalización lo que estoy haciendo. Hablo de la mayoría, dejando de lado las excepciones y pienso: Estos son los cuerpos de verdad en Chile. No los de Las Últimas Noticias, no los de la tele. Estas tetas, estos potos, esta piel es la de las mujeres chilenas, la de los hombres chilenos. ¿Por qué tenemos representaciones mediáticas que muestran un mundo tan lejano a nuestro Chile, tan artificial? Y yo que me siento lejana a los cuerpos televisivos, descubro que estoy mucho más cerca de lo que creo, considerando que el promedio es esto que veo.

Las "pintas". En Chile se han acercado los extremos sociales en términos del "look". Cualquiera se puede poner zapatillas adidas o puma y jeans. La gente joven de Llallauquén (no los mayores porque esos van más vestidos de huaso), no se viste muy distinta de la gente de Estación Central, y entre las pintas de la gente de Estación Central y las pintas de la gente de Vitacura no hay un abismo de distancia. No se trata de zapatillas versus zapato reina o macasín. Sin embargo, la diferencia se nota. Se hace ver. Y creo que se nota en que los locales se visten con mayor simpleza que los veraneantes, sobretodo las mujeres. Las adolescentes santiaguinas (es decir, con plata) van vestidas con mayor parafernalia y como pesan 10 kilos menos que la norma la ropa les cae como si estuviera colgada del gancho en vez de quedarles ceñida al cuerpo como a las huasas.

Bueno, y entre los cuerpos y las pintas, los modos de hablar y los gestos, uno entra a la fonda y ve al pueblo, lo reconoce, y reconoce a los foráneos. En la ebriedad pareciera que se mezclan el pueblo y el cuiquerío, pero no. Cada cual baila con quién le corresponde. Cada quien besa a su igual y no a alguno de los otros. La cumbia, la cueca y la ranchera nos hacen bailar unos al lado de los otros, sonreírnos, intercambiar algunas palabras incluso, ¡como en ninguna otra ocasión del año!, pero no nos confundimos, jamás nos mezclamos de verdad. Aunque la intemperancia haga verse igual de ridículos a los borrachos de uno y otro lado, siempre somos y seremos, por mucho tiempo más al menos, dos Chiles. Ese es el absurdo de las "fiestas patrias" ¿Cuál patria? ¿La patria de quién?